Había una vez, un delincuente que mataba con sus palabras; ¿me crees ahora que soy un asesino?, dímelo tú: que poco te hace falta, para ahogarte en tus propias lágrimas causadas por la esquirla letrada de los poemas llenos de raudales. ─Mientras tanto, en ajetreos y clavos: el mismo sufrimiento de los de atrás, en cada nervio delta a punto de ártico dentro de mis entrañas.
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