Muchas veces el vértigo nos atiza con sus esfinges,
dentro del patíbulo hay un sembradío de relojes
y pequeños alhelíes regurgitando lo que queda del ocaso.
Siempre juntamos las manos para recoger un poco de aire
y a lo lejos el surrealismo cuenta las gotas infinitas del
suicidio.
Caducan los ojos del alambique, en las fotografías el
paisaje se rompe,
las lámparas se encienden en negro para recibir el sarcasmo
de la ceniza;
aunque esto se llame herrumbre y la hojarasca nos mire como
enemigo,
nunca está demás dibujar dentro del féretro lo que realmente somos.
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