A veces uno conversa con ciertas lágrimas de carpintería,
nos ahoga la lluvia desde el primer momento en que nacemos;
alguien escribe en las cartografías de los andamios,
busca entre tanta línea y relojes, una parte donde el "ojalá" se mencione.
Ya nadie hurga en la vigilia de las pestañas, las ruinas son ahora segundos,
segundos, alas y crepúsculos en el patíbulo del caballete.
¿Por qué no asir el eco de los candiles o escupir sobre el resto de la bruma?
Llega la lejanía con un pie sobre los hombros y entrecruza el fuego fatuo de la esfinge.
Al otro lado nos espera el llanto sextuplicado de los espectros,
enseñemos a los crisantemos a respirar profundamente de lo absurdo.
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