La tierra ha cerrado su boca:
en silencio guarda los huesitos de asfixia, el pañuelo,
la imagen desnuda de una ciega ventisca que arrasa con la memoria.
Sé mucho de los relojes del páramo, roquedales, nubes de plomo,
sé de la verdad oculta en los tótems del vértigo.
La turbulencia rellena mi garganta, casi no hay visibilidad para mis letargos,
el monólogo abre paso a una saudade halada por caballos y borrascas.
Hemos pasado la vida juntando lágrimas en un huacalito de granizo,
quizá seamos una especie de cocodrilos o veletas indecibles por no movernos.
La herrumbre surca los cielos y las trompetas nos dicen estúpidos a escupidas.
¿Quién dirá tu nombre cuando esto acabe? ¿Quién dirá qué eras y nunca fuiste?
Tu vida fue y seguirá siendo un sueño de claroscuros amarillos y elocuentes escarlatas.
Moriremos sin exhalar una sola sílaba de tu aliento, pues nunca conocimos tu nombre.
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