Es de cínicos ponerle luciérnagas a los faroles.
Es de egoístas comer en familia
y no salir a las calles para sustentar el hambre de los andenes.
Es de idólatras derrochar el aguinaldo en fetiches
y ser indiferente ante el talón invisible de los charcos.
Es de necios colgar calcetines en la chimenea,
cuando en las calles hay pies tan fríos como la Antártida.
Es de hipócritas hablar de estreno, de una fantasía,
cuando en las noches el frío lamenta su hielo, golpea sin razón.
He visto tiritar los periódicos, he visto al viento, al vértigo puntual;
mientras hablamos, del tiempo brotan gangrenas, harapos, caras sin sangre.
(¿Qué puede hacer un solo pájaro contra millones de libélulas?)
Hoy la herrumbre sale de la palabra, de las bolas desgastadas;
que al fin de cuentas, son murciélagos que esconden en sus colmillos,
esa cultura desordenada en donde sufren los grillos del precipicio.
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