Solo los trenes saben cuándo dañar a las nubes.
Nada de esto es remoto. Quizá nos ahorque la duda
o nos lancen piedras por hacer de la noche un rito.
─Quizá en la barcaza guardes el estertor de los peces,
quizá nunca termines de conocer el mar, ese mar oscuro de las pupilas.
Siempre es necesario recoger la saliva de los pantanos,
siempre es inevitable sacar de la tómbola un día sin Sol,
siempre es extraña la extrañeza de las piscuchas.
¿Acaso el tiempo es un reloj de cuerda sin vergüenza?
Vemos hendido en el costado de las almendras, ese trozo de odre,
esa venda que sin duda fue una katana ante los ojos del heredero;
el opio aprieta pantalones en los muelles, qué hay para cenar,
salvo lluvia digital que moja los dedos gordos del recipiente
y caléndulas con el bulbo resquebrajado por el machismo.
Después de todo, las sombras tienen su Aladino
y la luz siempre tiene un barco fantasma para sorprendernos.
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