Me es familiar este frío de mandíbulas sin cráneo.
¡Quiero dormir! Sin embargo los atavíos son de fango.
Las tuercas del sosiego están tan oxidadas como la Oración a la Bandera
y vosotros lo sabéis, puesto que cuando la invocáis sus ixcanales os besan.
Tal vez nunca tirite la piel de la Corte, ni nunca alcances a pagar una fianza,
pero hay que seguir insistiendo en suprimir las estadísticas de las libélulas.
─Las lágrimas se tornan vaho rojo gris purpúreo en nuestros anaqueles,
los muertos ya no caben en los coliseos y les ha dado por rasgar la sinestesia.
(¿Qué símbolo puede hermetizar el lamento azul del hijillo?)
Ya me veo junto a ti, en la ardua tarea de hacer caer los nidos de las libélulas;
mientras en nuestros ojos, zigzaguea la tan anhelada y castigada libertad.
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