Alguien juega a ser féretro, traduce el idioma del frío
y escucha con la piel el alarido de los páramos.
Nadie ríe mientras cabecea, lo saben sus grilletes
y el desnudo de la siempreviva a punto de consolarlo.
Alguien siembra luz en macetas de penumbra
y hace germinar el sexo indeleble del insomnio;
─nunca se vendieron a buen precio las pastillas del crimen.
Alguien teme a las anémonas, más no a sus antípodas,
es un caracol, un vaso lleno con el vacío de los escombros.
Siempre cree en el viento y en los puntos cardinales del follaje.
Alguien viste a las ventanas con linternas y símbolos,
despelleja navajas y sacude el polvo de las túnicas de lo invisible.
Nadie cree en él, salvo las campánulas y los retoños de azahar.
Al final, él sabe a qué sabe cada puchito de fango, cada púa en el olvido.
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