A veces aprendemos del polvo a ser efigies,
colgamos del pezón de las begonias, brotamos sin
Luna,
llevamos un fardo de estrellas sin luz sobre la
espalda
y esperamos el argumento de la alborada; mas no
somos árboles,
árboles donde cuelgan con sigilo espíritus de
peces,
peces que llevan en sus ojos la vigilia del
espejo,
espejo lleno de huellas, caracolas y alondras de
ceniza.
Sobre las nubes, Aladino y sus lámparas
arrugadas;
relampaguea el pujo en los andenes, la luz se
muestra borracha
y las cloacas almacenan hojas arrancadas por el
ayer del frío.
Más tarde, nos dirán que nuestras semillas
germinaron en sombras,
sombras que quizá nadie descifre en sus viejos
cuadernos. De pronto,
se abre el loto al son de mi bostezo, es hora de
emerger
y de atrapar los insectos que sueñan con volverse negras libélulas.
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