A menudo, construimos puentes con el brebaje del horizonte,
sacudimos el petate de las pestañas que clausuran el paisaje
y cortamos la breña del crepúsculo que crispa los verdes espejos.
Ya las nubes cargan sus tiliches hechos de plástico y plastilina;
si acaso cuando se acercan los pájaros al estanque secreto,
─si es que todavía queda uno─ y beben del néctar purulento de los escombros.
Siempre es necesario un poco de frío en las vigas del entrecejo.
Siempre es necesario un poco de polvo en los andamios de la lengua.
(¿Será necesaria la sangre en las aldabas inéditas del manto acuífero?)
Usted. Sabrá contar tañidos cuando llegue el momento, no lloriquee,
mejor ponga una hormiga de ixcanal en su herida o en su pupila;
entonces, confesará que lo que ha construido fue tan solo el comienzo de la nada.
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