Nadie se atreve a hablar del pájaro
o de los pájaros engreídos de la falsa estaca.
Acudo siempre al hospital desvanecido del candelabro,
nadie atiende mis súplicas, mi garganta gélida quema el aire que respira.
Dentro de las cuatro paredes del engaño, aprietan las corbatas,
ahí donde el hambre no existe. (La jaula es para los fanáticos del arcoíris.)
Cada herrero busca en sus sueños el metal más apropiado para el sufrimiento,
yo busco en los periódicos algún oasis donde destilar las lágrimas en desuso.
Algunos juegan a las cartas y momifican su corazón sacado de las sombras.
¿Quién podrá decirle a usted que la lluvia es solo un tren hacia el patíbulo?
¿Quién podrá ponerle nombre al reguero que se desborda en sangre?
¿Quién podrá huirle a la deshora y salir victorioso con los ojos en alto?
Alguien se ha llevado mis ojos, a no sé qué parte fantasmal del universo.
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