El monstruo interno está despierto,
hace de la naturaleza un puñado de espejos sin sombra;
al caminar de la mano del estertor, sucede que titilan las aguas,
como vértigo los ataúdes se desplazan desde lo lejano hasta aquí;
desde tiempos remotos la carcajada se esculpe con arenas y papiros.
En el banco de lágrimas solo existen intereses, espantapájaros de lodo,
estatuas que cortejan sin lugar a dudas la dulce ternura de las begonias.
Por eso:
Al cielo dejo toda pintura reinventada tras la rueca del silencio.
Al viento dejo los resuellos y el follaje estrujado por la ergástula.
A la tierra dejo mi boca, mis paranoias, las páginas con eco y epitafios.
Al fuego dejo toda mi ira, los caballos de fuerza del raciocinio,
los relojes a la velocidad del suicidio...
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