Estamos mal desde el primer momento en que pisoteamos el
mundo.
Desde algún lugar arrojamos el plástico de la indiferencia,
la atarraya ha sido desde siempre una garganta con sillas
cancerígenas;
más allá de toda palabra inhumana, las parábolas surgen del
charco,
baja por el arcoíris el cuerpo decapitado del cielo. Aquí
suceden muchas cosas,
el reloj es un páramo en el ojito vaciado de los pájaros.
Quizá seamos ataúdes en el camino hacia lo inexplicable
o quizá barquitos con epitafios ya programados para el
arrebol.
Cuando la lluvia penetra en los espejos calcinados del
ciprés,
de los escombros se levantan el hollín y el despiadado
vértigo.
La noche se ha convertido en una estatua que quisiera huir de
los espasmos:
los huesos y el frío, la rosa y el oscuro taller del
patíbulo,
el viento y la borrasca, el hambre y el suicidio, la guerra azul
de las hamacas;
hemos abierto innumerables puertas al manicomio, lo supe desde que vi tu rostro.
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