Uno, de pronto, solo es un haz de luz encarnado en las voces
del fin;
ladran los astros a las sombras redargüidas por el cielo
envuelto en sanguaza.
(El péndulo se mece en
mi interior, la balanza se inclina más por la muerte;
la tormenta es una
traición, un instinto lúgubre al despertar.)
A mis pasos aúlla el viento como espantapájaros ebrio al
fin,
es una trampa, una trampa hipócritamente montada por el
miedo;
lo demás ya lo sabemos, las gárgolas hacen fila para recibir
la gota del olvido.
Nada encuentro en mi memoria, ni al navegar en la obsesión.
─¿Y vos?
Es absoluta mi muerte, es absoluto el río donde los peces dibujan mi féretro.
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