No es martes, ni miércoles, no es ningún día inventado por
el hombre.
Un árbol sostiene en sus manos un corazón tan negro como un
cuervo bañado de sombras,
bajo él duermen sigilosamente las medusas, el espejo se
rompe, solo, solitariamente solo;
sobre el estanque, el cielo deja caer los gorgojos
humectados con tizne y oro negro.
Déjate caer. Abre su falda. Agoniza cual esqueleto hundido
en un mar de esperma invisible,
él lo sabe, se sigue ahogando como verdugo cortando la cabeza
al gerundio para su reina.
¡Despierta! El eco de las paredes resquebraja la pecera
donde nada el horizonte.
Nada es poco probable. Los muertos han resucitado y obtuvieron ojos al besar el pavimento.
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