Cada lágrima, un segundo que pasa; cada féretro, un sollozo en la banqueta; cada árbol humeante, un pulmón canceroso; cada sábana, un montón de piedras. Luego, el tizne que escupe desde abajo, los signos del zodíaco que emergen del horóscopo de las putas; entre lápices, las ruedas del carretón de la muerte, las que ruedan con sigilo en el portón del agujero, agujero que nos espera como última morada, morada en donde los cisnes navegan y son parte del realismo breve del almanaque que ahora leemos. Siento como lo frío de la escarcha, se posa en la almohada de tus nalgas; solamente, cuando el seno está en punto, el artilugio muerde el pavimento y las lámparas que yacen encendidas en los corrales, le hacen el amor a la obscura noche. A veces, las preguntas se tornan platos casi en llamas, luego las respuestas levantan vuelo en las alas de las chiltotas todavía vivas. ─Yo, errante como el Nautilus, empezando a disparar torpedos desde la trinchera de los cartones, esperando saborear el orgasmo de la Libertad, esperando en el taburete a los juguetes de la Patria, esperando en mi tumba a los espectros, para poder tener una tertulia erótica y satisfactoria. Hoy, la ventisca de la zarza, los himnos del salvajismo, las teñidas canas de aquel El Salvador, que un día fue un país liberado; aquí, en medio de tanta amargura y jadeos espumosos, los versos que hieren, la prosa que arde y el clítoris que apaga el chisporroteo mediocre del machismo político. Me estoy quedando sin saliva, las escupidas se tornan rojas y mi llanto una tertulia más intensa; sin embargo, con el alarido del silencio que deambula en los remolinos que causa la carreta de los gitanos, el apogeo del poema una vez más surge de la vulva de la musa del Amazonas.
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