Honda la semana que holgazana duerme en el pecho del mes, procesión de pájaros ensimismados en el torrente de sangre de la penitencia, sandalias siguiendo fetiches de la industria explotadora del perdón, calígines que deambulan en la retina de las generaciones, oscuras sienes opacadas por la niebla de la sopa de hongos alucinógenos; frente a mí, la restricción del día, los tabancos que venden ataúdes y crucifijos de porcelana, los lirios y las palmas del muerto bosque. Llueve la ceniza en el entrecejo de los espectros, el silencio de lo santo es evidente; sin embargo, al siguiente día el fuego se retuerce y obliga a escupir a las piedras del roquedal del prójimo. La paz es sólo una palabra llena de veneno, es inevitable, el ojo del huracán traiciona y el tornado del mar destroza el arca del ciego que mira. ─¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?, dijo el enviado del cielo con verso de sabiduría; la manzana no juzga al gusano, simplemente el consejo que se siembra en el viñedo de la certidumbre, es escuchado en lo alto de los montes. Ah las imágenes que carcomen el bolsillo del principiante, como una herrumbre que se adueña del hierro mal elaborado; sigo pensando que las industrias no son las únicas que explotan al obrero, sino también la industria silenciosa, la que finge hacerle un bien al mundo, la que sostiene que es la mejor aportadora. Observo por el agujero de la ventana del claustro y digo: ─¡Cuánto renacuajo en el guacal del agua bendita!, ¡cuánto zancudo inyectando esperma en el cuerpo virgen de las náyades!, ¡cuánto engaño en un sólo círculo!, que locura la que pervive en el sueño estrellado del maicillo; hoy, surge la espina que atraviesa el zapato de los que entienden; los demás, escombros de un terremoto del consumismo que no cesa, aunque las placas tectónicas sigan en la posición correcta.
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