No es que no sepa contar espermatozoides. Sé contar los escombros
y los caballitos de mar envueltos con plastilina marca ineptitud.
No es que no sepa contar el aliento. Sé contar las campanadas
y los sacos de angustia tirados encima de los andenes malogrados.
Es inverosímil la torre, los cuencos donde almuerzan y cenan los perros,
las butacas donde se tejen difuntos con el perenne bisturí del submundo.
Aquí. Allá. Ahí. El estertor, las veletas con los puntos cardinales embarrados,
los ríos de magma y los mares haciéndola de panteón indiscutible bajo cero.
(Ya los caminos tosen por el polvo que no es polvo, lo saben mis zapatos,
después de haber pisado el resuello aún titilante de una mariposa.)
Este mundo ya no es un mundo, más bien es un círculo sin radio,
una mancha pandémica en el espacio, regida por inescrupulosas anémonas.
─La justicia, ha vuelto a vapulear el descanso de un libre transeúnte;
mientras tanto, las hojas del almendro preparan su veredicto final.
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