Cada día me abro como un loto se abre a la luz de una
estrella muerta.
El reloj se acompasa al pálpito de la hojarasca que habita
en los cráneos.
(¡Podría ser
trascendente si me cortara la piel y la diera a los buitres!)
En cada estanque abundan los espejos preguntándose si aún existen
los cisnes.
Cada noche es un retablo escrito con los ojos cerrados, cada
hiedra,
cada güiste forjado en el útero amordazado de los vientos.
Días y más días. Oscuros días donde anida la vida como una
niña desfallecida.
Días color coágulo. Días con un prólogo repetitivo y abierto
a las libélulas.
Días triangulares, donde la longitud de la hipotenusa es la
suma de los cuadrados,
que a la vez es la suma de los catéteres, las cloacas y las tumbas acuáticas.
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