Se balancea la inagotable soledad.
─Aquí, en estos caminos de sed, el cardo insaciable.
De estas cosas nada más quedan
los pedazos de vértigo envueltos en plastilina.
Entre añicos de nubes, la angustia arriba
y se apodera de nuestra irremediable nada.
(Tal vez el humo se ha vuelto borrador de realidades.)
Pero de algún modo, guardamos el musgo del espejo,
las telarañas y el polvo acumulado de las gargantas.
Nada es irreparable, salvo las estrellas que mueren
y dejan sus vértices enterrados a la sombra del abecedario.
Después de todo, somos la alborada y el alba,
rodeados de narcisos y cipreses a punto de cadáveres.
─¡Quiénes somos al fin de cuentas!
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