(Somos dos nostalgias
amarradas a la estaca del ojo.)
El arpa del caos suena para ser escuchada por el silencio
promiscuo de las campanas.
Nada sucede sin antes ver llover adentro de una botella. ─¡Conviérteme!
Cada vez es más negra la voz inhóspita de los relojes. Cada
quien se ahoga como puede
y guarda en su costado un poco de agonía para ofrecerla a la
niebla como ungüento.
Rechazo todo aquel suburbio donde los pájaros beben y se
alimentan de sí mismos.
Rasgo el reflejo de los sapos y derrito a los lobos ambiguos
pespuntados sobre las sienes.
Poco me falta para extirpar la úlcera maligna de
las corbatas.
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