Cada
quien es consciente de la zarza y de los escupitajos que dejan caer los pájaros
en forma de
espectros cauterizados. Subimos escaleras como el polvo lo hace mientras cae la
lluvia sobre
el tejado de los párpados. Cada día es sinónimo de telarañas tejidas con plumas
abiertas a la
sombra del álamo. Nos atormentan las hojas con su saliva irreconocible. ─Ya no
sabemos en
dónde quedan nuestros ojos, si acaso en los caminos donde se esconde la
ignorancia en su carapacho
de alambique. ¿En qué oído se quejan los metales? ¿En qué corazón caben las osamentas
y la luz carcomida de los periódicos? Se hace tarde y la cigüeña lleva en su
pico el único ojo de los bosques que sueñan despiertos.
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