No intento llevarme las lágrimas agrietadas de las aceras.
Intento aumentar la imagen de aquel espejo frío y triste.
Cada calle guarda una voz erosionada, como dos ojos huérfanos
en el desierto.
No siento orgullo ni tampoco vergüenza. Me dicen que escribo barbaridades
en el papel.
Tal vez sea una especie de eremita colgado del brazo
invisible de un farol.
Luces se encienden y otras se apagan al chocar con la sombra
extraña del paisaje.
Ahora resulta que bebo miradas y escupo troncos mientras cae
la lluvia.
No soy yo quien escribe. No soy yo quien dice o maldice
baldosas con alas.
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