A veces -la pluma- tiende a volar por sí misma.
Camino atado al andamio de las zarzas póstumas,
no me veo la sombra, la sombra me ve
y de un tajo arranca mis vértebras;
es duro el paso de las serpientes,
es duro, duro como el acero de las pupilas.
No hay modo de que los tigres me alcancen,
pero sí de que los caracoles me atrapen
para llevarme a su prisión de golosinas y baba.
No hay modo de que estas cadenas se rompan,
pero sí de que un relámpago atraviese mis ojeras
y haga añicos el pómulo de mi angustia.
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