y emerge como géiser de repente.
Tiritan las fauces de la angustia,
mientras los olmos juegan a ser cuervos.
El recuadro hace la prueba del vampiro
y termina por germinar un calabozo
que en breve será pétreos despojos.
Es una distracción de paisajes y hecatombes,
una cosmovisión de odres y mercurio
mezclados con hijillo de hojarasca.
¿Escuchas como la Madre te observa?
¿Observas como la Madre te escucha?
¡Madre!, sí, la madre de los elfos:
esa que deambula en las copas de los árboles,
esa que envuelve con rocío la alborada,
esa que sirve de sábana al pasto etéreo
y que funge día y noche sin percibir el aliento.
Me embarqué en un viaje de utopías, la Madre era un torrente de lágrimas, tal si fuera un cipote deseando sus pezones con presentimiento; al fin de tanto caminar, me di cuenta de que no avanzaba solo y tropecé con un guijarro escarlata; luego como piedra circular rodé hasta un precipicio, donde el espíritu de la Madre estaba engrilletado a los brazos de la muerte; ella me había estado siguiendo como guijarro y al tropezar, yo le había asesinado.
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