¿A qué murciélago nos atan los velorios? ¿A qué universos?
Aquí, mientras leo un poema de aquellos que hieden a hijillo:
la estridencia de los bronces que muerde al viento,
el hollín que se filtra por el tragaluz e irrumpe en los poros.
Es una noche quejumbrosa y despiadada, los hados caen
y los velámenes juegan a los collares de frío, tiritan ataúdes.
De pronto cae una lluvia de vértigos, lágrimas ardientes
que como ácido carcomen el pómulo de las veladoras.
En el traspatio donde el humus sostiene la mesa:
el póker se muestra con pericia
y juega con los espectros que se han colado;
la aurora ha marcado las 4
y la muerte busca otro banquete de lágrimas;
al fin de cuentas, caminamos y nos damos cuenta
de que nos dirigimos hacia una tribulación inevitable.
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