Yo, aquí en esta fisura de cuatro puntos
jugando a los beduinos, páramos de asfalto.
Sé, que siempre te encuentras bajo las cenizas
-como fénix-
nada más que sin ojos ni garganta,
solo con tu silencio, eco de rizos retóricos.
Estoy sentado en la esfinge de tus claustros:
vivo, muerto y en el traspatio de tus vértebras;
soy uno más, mas uno no soy,
finjo que ninguna herida duele
-tiembla-
pero tus alas me salvan de la agonía.
Hay una desilusión, así como alegría:
brota de donde no la espera nadie
y que siembra una semilla en los poros;
mientras tanto, desde la torre
el francotirador que dispara eclipses
y opaca el nacimiento de una nueva grieta.
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