A menudo en la penumbra
la misma historia sin conclusión,
aquella que comienza aquí
y nunca termina allá.
Por razones de cuervos
y esfinges pétreas,
el oscuro bejuco de mis pensamientos;
vierto un poco de esperanza en esas espinas
que brotan de las pupilas del cactus de hoy.
He muerto desde el primer día en que nací.
Mientras las nubes plomizas sospechaban,
abrazaba el glúteo de los rayos de la filosofía
y de las aristas de mis años, quizá aún distantes.
Ahora como los eclipses de las raíces del otoño
-observo-
incluso cuando el iris se torna un crepúsculo negro.
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