Estamos bajo la bóveda
haciendo de los puchitos de muerte
una ocasión de pulpas y enlaces
que al son de vaivenes,
árboles se unen a nuestros cierzos.
Como una tromba marina
el culmen hace su geometría
y el odre casi está preparado
para guardar el vino del vórtice.
Mientras tanto,
bajo este techo de estertores
y resuellos que pululan al ras de la dermis:
la llama azul de nuestros espíritus,
vapor que emerge de los poros
como baño sauna en pleno frío.
Nos adentramos ahora en la niebla
para desembocar en el crepúsculo
y encontrar en nuestros ojos
-los diluvios-
que acompañan el toque fúnebre
del éxtasis que predijo la noche.
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