Ese retrato te persigue:
no es un acertijo ni un fantasma,
no es la Luna ni el Sol,
no es una esfinge ni una quimera;
es la pupila de una criatura
que descuartiza al viento
para sostener su estómago.
Más allá de ese diario errante:
la oscura tristeza del blanco y negro,
la cosmovisión de un artefacto
y un proyectil en el pecho
para aquellos que les inquieta
que se apague ese puchito de colores.
Dejó muy claro un mendigo:
quiero ver sonrisas en los cartones,
quiero dragones que lancen bolas de alegría,
quiero harapos pintados de laureles,
quiero, lo que muchos quieren,
quiero obtener esperanzas de las libélulas
y detener el cauce de los pantanos.
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