Al fin ese vientecito entró por los poros del paraguas,
no pidió permiso, entró con fuerza
y rompió el candelabro del sonambulismo.
Aquí, mientras la escarcha golpea mis sandalias:
el eslabón me convierte en vértigo,
el cierzo se tiñe la pupila con falditas,
el ascenso quita el cinturón, devora,
tal cual un tiburón sacándole sangre a los arrecifes.
Allí, en esa esquina oculta bajo tus orejas,
el colmillo llegó a beber de tus estertores;
ahora la lengua saborea, como si tuviera una bebida
y una médula a punto de éxtasis con zafiros.
La aurora ha llegado y golpea las ventanas de mis venas, yo tendido entre tus poros, vigilo el último puchito de oscuridad que escurre de tus laberintos; sin embargo, cuando el Sol se mostró con sus mil arcoíris, tú recogiste mis cenizas de entre tus piernas y las guardaste bajo la almohada para la próxima ventisca.
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