A menudo, ese Otro del espejo
tiende a cachetear mis conductas
y a terminar de inflamar las austeridades
que pululan como navajas bajo mis poros.
En esta fase terminal de la clarividencia:
los golpes de pecho de las tinieblas,
el alambique que duerme bajo las venas,
el tizne que apolilla como sanguijuelas,
el estanque que atrae a las ciegas libélulas
-para hacer fiesta-
por la muerte del mosquito puñetero
que se agasajaba con la néctar de los litorales.
Es tarde y el Sol traga de los desagües del paisaje.
Es tarde y los faroles encienden los gusanos de luz
que viven bajo los escombros de mis párpados.
¡No!, no me importa si esto es un crimen;
al fin de cuentas, el insomnio refugia lo objetivo
y vuelve la vista hacia el traspatio de lo póstumo.
al fin de cuentas, el insomnio refugia lo objetivo
y vuelve la vista hacia el traspatio de lo póstumo.
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