Muy temprano salgo de la ergástula
y comienzo a escuchar los sarcófagos
que poco a poco escupen a la pupila del día a día.
En esta aurora de esfinges y vampiros:
la sangre ensangrentada del incienso,
la marea de atropellos que viven bajo las alcantarillas,
hedor que recogen las flores que viajan
y elixir que entra por los poros de las arterias.
No es mi costumbre hablar con guadañas,
pues ellas huyen de mis desvaríos y mis desdenes;
después de todo, los disparates se disparan
y el oído, aunque sordo, recibe el plomazo.
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