¿Bajo qué Luna la esfinge de la tormenta?
¿Bajo qué camisa de fuerza los quejidos de mis pupilas?
Allá afuera, el pozo rebalsa hasta las rodillas.
Allá afuera, el horcón viaja sin queja hacia el abismo.
Allá afuera, las oraciones al cielo para que se detenga el llanto.
Allá afuera, la correntada arrasa con furia sobre las sandalias.
Allá afuera, el candil se apaga al ras de los vendavales.
Aquí adentro, el cálido frío que hipócritamente tirita en mis poros.
Aquí adentro, los trallazos de las ventanas y las cortinas.
Aquí adentro, la amargura envuelta en grilletes de imposibilidad.
Aquí adentro, agazapado, en el rincón de mis vértigos.
Aquí adentro, ¡solo!, esperando un rayo que parta mi puto bolsillo.
Después de todo, una vez me dijeron:
que al cielo nunca lo alcanzaría el mal
y ahora me doy cuenta
que frente a un temporal de sombras
la noche muere sin piedad alguna.
(Me niego a creer en el reposo de la tinta.)
Al fin de cuentas, la desgarradora nota de mis notas,
hace el trabajo sucio, mientras las polillas compran sus tacones.
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