En este petate, quizá incluso de mármol o de alambique:
la oscura liana de los días, ¿acaso hay tumbas en nuestros ojos?
(Solo la falsa modestia de las tarántulas y un estante de escorpiones.)
Aquí, quizá la espada del poro, una endiablada quijada de estrellas
que se abre paso en las acequias de los pezones del universo.
-Desde allá, atisbo a los tranvías que transitan por las estelas fugaces-
Tal vez en los a menudos de la semana, la esfinge deje sus claves
y se proponga a escuchar las quejas de las alondras o de las bandurrias
que desde muy temprano dejan sus plumas ensartadas en la faena.
Ya no veo el día en que las libélulas hagan del pantano una fiesta
o que la chiltota haga su nido de ramitas, hoy quizá ya lo hizo de acero.
Sin embargo, a través del almanaque que juega con las huellas del tiempo:
la falacia que crece como nariz, mientras los cartones se encharcan
y dejan caer su aliento en la almohada que no quiere saber de vértigos.
Después de todo, somos bufones y jugamos a los malabares de la muerte.
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