La historia en el pellejo de los andenes.
Chancletas muriendo en silencio tras el rastro desvanecido de sus hijos.
Aquí, el estertor mueve los cafetales, la angustia desangra las moliendas,
mientras el ajetreo es el pan diario de los días. (Solo el reflejo deambula.)
Y yo con mi arpa cantando, casi lleno de alegría, casi al borde del éxtasis.
─Tenemos por río ─el hijillo─ y por respiro ─el cáncer crónico de la Tierra─.
Sin duda, vagamos en un mundo de vértigos, ixcanales, laberintos,
acequias que nos llevan a otras acequias, miseria que nos lleva a otra miseria,
escorrentías que nos llevan al delirio y al ciprés de las tumbas sin nombre.
Al final, todo se vuelve símbolo, cada quien guarda el tiliche que le conviene.
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