Claroscuro. El alma de las tinieblas aumenta cada segundo.
Nosotros. Los animales en la utopía de vivir como humanos.
Vosotros. Desparramáis vuestra sangre, lloráis y aguantáis todos nuestros yerros.
Caos. Reina la zarza en esta época de ixcanales, mientras reinvento el horizonte.
Religión. Somos discípulos de ira ─el oráculo me lo dijo por medio del silencio─.
Excitación. Leemos los lamentos y el crujir de osamentas con placer colosal.
Aquí, la muerte juega a la marcha fúnebre, y nosotros: ¿a qué jugamos?
¿Acaso la Palabra es solo para aquellos símbolos que tienen el alma obesa?
Es decir, el crepúsculo y la aurora, ¿qué diferencia hay en este lapso de delirio?
(Es la hora de recordar lo antiguo y revertir el efecto de la deshora.)
Coloquemos: la bandera de la sencillez al caballo blanco,
la bandera de la paz verdadera al caballo rojo,
la bandera de la solidaridad al caballo negro
y la bandera de la existencia al caballo sombrío.
Después de todo preguntarán: ¿y qué hacemos con el caballo de Atila?
A éste, hagámosle saber que tan grandes somos los chiquitos
y que tanto valor hay en un puñado de cardos sin luminiscencia.
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