A diario la niebla nos agarra como inservibles badajos,
sonríe, mientras la sangre golpea de costilla en costilla los metales.
¿Será posible nadar entre la arena podrida del crepúsculo?
Tal vez sueñe con cruzar tu estuario de la mano del vaho;
abajo, las carreras se hacen con cruces y púas en el pecho,
aquí, los espectros y las caracolas suenan como erectos moluscos.
Tendrás que excitar al faro mientras tu navío libera anclas;
por amor, no jales del gatillo de los andamios, no tires al basurero más relámpagos,
ni cortes la lengua del peñasco, que estoy a punto de llegar al vacío de tu mirada.
Es preciso cambiar los cisnes por patitos de hule antes de que caiga la noche,
es preciso pintar los árboles con crayolas de gaviota y penumbra.
Algún día tendremos que izar nuestras cabezas y hacer escaleras al infinito.
El páramo, cabello maltratado por las manos del horizonte. ─Dedos infernales.
Mujeres viajan con sus pómulos entre las ruedas de las bicicletas.
─¿Hacia dónde nos llevará la daga y los grilletes de deshora y güiste?
¿En qué museo yacen guardados los vestidos del cielo y la piel del oráculo?
Habrá que extraer el pus al cielo, extirpar la furia del león naranja,
y así: recuperen el esperma los cardos, reviva la madrugada
y llegue la noche con almejas, ostras, arroyos, brebajes y caracoles.
Lo demás, se añadirá como agua de cántaro hasta el periné de la fosforescencia.
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