Aquí estoy, como una noche olvidada en el tragante del
vértigo.
El resuello es cada vez más volátil entre las linternas.
Sucede lo mismo con las estrellas, ellas caen y explotan en
náusea.
En el cielo todo es abismo, los murciélagos lo saben más que
nadie.
Hay mucha herrumbre y tela que cortar en el párpado del
espantapájaros.
Nadie está a salvo de sí mismo, ni la hojarasca que suele ser
el llanto último.
Detrás de ti, el harapo mordido por la ergástula; se
despide:
el jinete decapitado un gélido miércoles por la tarde.
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