A veces se vuelve amarillo el arcano que cojea como
nosotros.
Sucede que sangran los espejos y retoñan los pájaros en el
párpado de los andenes.
En las pinturas gorjea el aliento con cierto vértigo
pespuntado por puñados de duendes.
El musgo nos atormenta con su retortijón de güiste o de
niebla engangrenada.
Ya no nos importa si hay o no hay sangre en el abecedario; ¿ya
no nos importa?
Hay mil maneras de ver transcurrir el orgasmo de la muerte.
Los árboles juguetean con la sonrisa obligada del crisantemo.
Hay quebranto aquí, allá, el horizonte es una oscura pieza salida
de un cuento de terror.
La noche susurra, piedras gimen, el alba es un cántaro vacío sin territorio.
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