Aquellas ramas de interminables voces heridas, pájaros sin
alas.
Muerdo el cielo y sangran los miércoles lanzados por la
escalera del alba.
En esta noche hay cientos de campánulas abiertas al estertor
del vacío;
danzan murciélagos, como haciendo fiesta por una sombra más dentro
del vaso.
El cóndor pasa, ¿escuchas su zampoña llena de cementerios y
vitrales amarillos?
Usted baja de su castillo y vierte polvo en las catacumbas
de mi memoria.
Tan solo un beso necesito, aunque sea un beso con
osteoporosis,
uno al que ningún ser sobre la tierra resista. Niego el día
en que nacimos,
consideraría ser la arena que pasa de un alambique a otro.
La vida, a veces,
es una eufonía marcada con un número de vértigos determinado.
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