Vuelven los espejos con sus puchitos de piernas mutiladas.
Uno adquiere corazón de péndulo al contar las gotas frías
del alambique.
Sobre las calles el aullido fantasmal del granito o del
alambrado.
─Cada quien atrapa espectros a su manera. El sonido se
escapa.
Las manos, de cierto modo, son aves que anuncian o
destruyen.
En el sótano aún sobrevive el eco y sus itinerarios de
despojo.
El alba parece desvanecer las dudas que atacan como navaja.
Ya no sé si sepultamos nuestra voz en las mazmorras del
viento.
De vez en cuando regurgito para no olvidar que existo.
De nada sirve el regreso. De nada sirve encender el alma.
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