Cuando escucho murmuraciones sobre navajas en los tabancos,
recuerdo aquellas gargantas tragando del pasto de la muerte.
¿Cuántos corifeos existen hoy en día?
Si ya la muerte ha formado su propio coro, su propia brújula,
sus propios puntos cardinales; dime cuántos patíbulos más hay en el horizonte.
(No logro testificar tal cosa. Detrás de la reja, el frío póstumo del calendario.)
Estoy, frente a un puñado de estiércol. Aquí, gobiernan las moscas,
dirigen los buitres y deciden los cuervos. No hay que ser ─decía mi abuela─.
Sigo el camino del candelabro y labro las veredas hacia el nirvana del aliento.
Hoy, encuentro en tus bejucos un columpio para mis vigilias,
pero todavía no encuentro el antídoto para la indiferencia
ni las servilletas para limpiar las lágrimas hipócritas de la corrupción.
Al final, solo me resta jugar con la quinta esencia del alfabeto
y así construir una torre donde el liberalismo brote a borbollones.
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