Una gota de esperma baja por el pómulo,
sangrante el rocío esparcido en la tierra;
la brisa soba el pétalo adusto,
mientras las lágrimas de la Luna caen sobre una almendra.
(No es justo, ¿acaso no hay ergástula para la pedofilia?)
Ella siempre había jugado con los pájaros del alba,
ahora permanece encerrada, el miedo la inmuta, el miedo la engrilleta;
ya no quiere saber nada de canículas, ni saber nada del horizonte.
Todos los días descamina el crepúsculo,
sus lágrimas dibujan en las baldosas: esa mitad de existencia que le queda.
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