En el fondo del hombre de Miguel Gil García
Yo, era un fósil con el que nadie quería encontrarse.
Mis pies estaban podridos, mi estómago era un pantano
y arrastraba un gran desierto en el fondo del hígado.
Era trémulo e irascible, que a diario me rompían la cara
y tenía por lecho la intemperie.
De vez en cuando platicaba con luciérnagas
y las flores me repudiaban y escupían al pasar.
Todos los días, mi boca, un vertedero.
(Con los pesos que conseguía tu falta de vergüenza,
comprabas el vaso lleno de cuétanos
y lo compartías con el único amigo que tenías... el Diablo.)
Cuando ya era tiempo de retornar a casa,
mi hijo al verme llegar ocultaba su mirada entre la pena
y mi esposa corría a esconderse en el desván.
Hasta que un día, un pintor se acercó a mí y me dijo que quería pintarme, que no me iba a cobrar; no acepté y dijo que me pagaría, esa oferta no podía rechazarla y me paré frente a él. Después de dos horas, me dijo que me acercara a ver cómo había quedado, y enojado le dije: que ese no era yo, que yo no usaba corbata y tampoco saco; además ese hombre era demasiado elegante para ser yo. Entonces con una voz seria me dijo: que el hombre al que estaba viendo en la pintura, era yo, que lo único que tenía que hacer era encontrarme a mí mismo, porque estaba perdido. Ahora llévese la pintura y encuéntrese.
Al final me fui a casa. Sin embargo, al cabo de un año, mi rehabilitación estaba completa y tenía un negocio propio; todavía no podía creer en las palabras que me había dicho aquel pintor. Hoy me encuentro todos los días en la pintura, mi hijo me admira y está tan vivo y feliz como un arcoíris. Luego observo a mi esposa y me sonríe, como cuando el viento juguetea entre los árboles y le hace cosquillas a las hojas.
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