El día llega como un bebé atormentado.
Se respira la fetidez del patíbulo en un sorbo de brebaje,
como si despertáramos para darle el buen día a la muerte.
Todavía no me acostumbro a este mundo de jeroglíficos
e islas de pesadumbre; ya he perdido mis ojos.
(En el ojo acurrucado del espejo, las patrañas y los desagües.
En el quieto muro del alfabeto, el frío que sangra a borbotones.)
De aquel susurro de trenes y espuma, sólo quedan los adioses, los caracoles,
los cadáveres que lloran vida, vitrales heridos por pájaros espectrales.
Debajo de mis lágrimas, siempre negra la oscuridad y gris el día,
intemperie que permanece inhóspita entre las fauces del cerrojo.
Hoy vi cómo bajo la hojarasca, se desangraba, esa cosa que llaman libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario