Dime que me amas, aunque en mis ojos almacene sombras.
Dime que me amas, aunque mi aliento se encuentre desvanecido.
Dame un beso, aunque mis labios hayan sido raptados por gusanos.
Acaríciame, aunque mi piel sea tan áspera como las piedras.
Abrázame, aunque mi cuerpo sea tan siniestro como la niebla.
(¿Escuchas el grito de su corazón a la orilla del viento?)
Me adentré en lo inhóspito del susurro, en las sandalias de la noche;
encontré pedacitos de vértigo envueltos en hojarasca casi podrida,
casi regurgito, y por poco (me atrevo a decir) que el otoño estaba maldito.
¿Cuántas primaveras veremos morir antes de que el patíbulo se duerma?
¿Cuántos ataúdes vende al día el carpintero para los periódicos?
─Llevo años con este equipaje de huesos, tengo a la muerte encima.
Frente a ti, las luciérnagas envuelven en alegría a tu sonrisa desolada.
Te entrego las llaves, las llaves de mi puerta, las llaves del monólogo;
al fin de cuentas no se inventó para los vivos, sino para los muertos.
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