Abrimos las cortinas de la madrugada,
llenamos de ataúdes nuestro estudio
y siempre nos toca recoger despojos con el aliento.
─Las heridas (aunque no lo creas) se acumulan
y provocan náuseas en las ventanas.
(Vos sabes, vos sabes que todavía nos falta llegar al paraíso,
arrancar su murmullo y enterrar nuestra saliva junto al cerezo.)
Sobre los laureles, el pájaro y el vuelo del tizne, nubes arruinadas,
sanguaza esparcida por todo aquello que aún permanece inmóvil.
Amor, ¿cómo podemos volar sin alas, escribir el alfabeto,
si no tenemos silabario al cual acudir, ni dátiles para picotear?
Todavía se mueven los espectros bajo la silla, los caracoles lo saben
y los escarabajos lo ignoran. Incluso la Luna amanece con vómito
y el Sol aún no despierta del letargo. El hechizo del inframundo continúa
y nos damos cuenta, puesto que hemos vuelto a levantarnos del polvo.
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