Porque al fin te prendieron fuego
y los serafines ya no suben a tus andenes.
Porque al fin eres solo lejanía
y los tranvías ya no tocan tus senos.
(Soy cráter, esfinge tras los vitrales, susurro extraño;
nada se compara, vivo en el sin embargo, mi albor es débil.)
Tras de ti, la canícula baila el tango de la deshora, el búho teme
y el tragaluz, una cortina resquebrajada por el cierzo.
Ya no tengo porque mirar hacia el cielo, no hay ni hadas,
cabellos, ni hilos que capturen la belleza, los metales aúllan.
A través del charco, el reflejo se disipa, las ranas lo saben,
los nenúfares lo sienten, yo lo lloro y vos lo disimulas.
¿Acaso hasta los astros tienen miedo del arrebato?
¿Acaso tiene la culpa el estuario del comportamiento de los peces?
Por suerte, guardo en mi bolsillo la sonrisa, el sortilegio;
aunque sea efímera ceniza, tengo la cura para tu intemperie.
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