Resguardada entre las nubes y un puñado de gargantas vacías;
afónica hasta el punto de escupir hormigón; callada como el estío,
árida como las lágrimas que en forma de rocío deja caer la Luna
y moja el destino de un pájaro al que no le sirven las alas.
Estás lejos, muy, muy lejos; en cambio yo, estoy en un laberinto,
cubierto de hojarasca y vestido con una túnica de escombros;
¿acaso estoy ciego? Hubo un tiempo en que las nubes eran deidades
y ahora son un ente de barbarie; ¿dónde está aquella guitarra de nimbos?
¿dónde están las arpas de los querubines y las rosas que sembraste?
(Niego el día en que me vi envuelta por la sábana de la melancolía,
hoy todo es una carnicería entre mis piernas, un arca de insomnio,
un huacal lleno con los vértigos que al mundo le pulverizan el alma.)
Ya me he acostumbrado quizá al quebranto de las postrimerías
o a las frías argollas con las que sueña un político lleno de pudrición;
esto lo dicen los periódicos, también lo guarda el Parlamento
y lo recontradice la burguesía mientras besa a un falo de oro.
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